Cada día se hace más común la fabricación de alimentos transgénicos, producidos a partir de un organismo modificado genéticamente, para su comercialización alrededor del mundo. En la actualidad tienen mayor presencia alimentos procedentes de plantas transgénicas como el maíz, la cebada o la soja. Y aunque muchos individuos no noten la diferencia en el sabor de estos alimentos y los ingieran con normalidad, expertos aseguran que los efectos de estos productos en el cuerpo humano podrían ser dañinos.
Al menos, así lo aseguró el doctor Gilles-Eric Séralini, especialista en toxicidad de variedades transgénicas y herbicidas, a quien le urge que los ciudadanos presionen a los gobiernos para que le exijan a las compañías productoras de transgénicos que se hagan públicos los estudios de los efectos que estos alimentos tienen en la salud.
Y es que Séralini, quien es catedrático de Biología Molecular y presidente del consejo científico del Comité de Recherche et d´Information Indépendantes sur le Génie Génétique (Criigen), tiene conocimiento que el cáncer, las enfermedades hormonales, metabólicas, inmunitarias, nerviosas y reproductivas están relacionadas con los agentes químicos que contienen.
Hasta el momento, sólo se han hecho estudios con ratas para conocer los efectos de estos alimentos, pero estas evaluaciones son confidenciales. Según comentó Séralini, se hacen los mismos test en todo el planeta; se les da a las ratas dos dosis de maíz transgénico durante tres meses y se les hacen dos análisis de sangre, a las cinco semanas y a los tres meses. Uno de estos teste reveló que hubo un aumento de grasa en sangre (del 20% al 40%), de azúcar (10%), desajustes urinarios, problemas de riñones y de hígado, precisamente los órganos de desintoxicación.
“Hay que pedir a los gobiernos de Europa que hagan públicos estos análisis; y, cuando lo hagan, muchos debates ya no tendrán sentido porque serán evidentes los efectos de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM). Yo soy uno de los cuatro expertos que han trabajado para la Unión Europea (UE) en el conflicto que se debate en el marco de la Organización Mundial del Comercio entre Estados Unidos y Europa para etiquetar los OGM”, expresó Séralini.
Sin embargo, “la UE ha pedido los resultados de las pruebas a las compañías para aceptar o no la comercialización de estos productos, pero las compañías dicen que son confidenciales, cuando según la ley de la UE deberían ser públicos. Ya hemos ganado algún juicio contra Monsanto demostrando los efectos nocivos de los OGM que pudimos analizar”, añadió el catedrático.
Según Séralini, quien laboró durante 9 años para el Gobierno francés evaluando las consecuencias de los transgénicos en la salud, los efectos del Roundup (el mayor pesticida del mundo, utilizado en tres cuartos de los transgénicos) en células humanas, directamente las mata.
Los expertos pidieron dos años de test sobre animales en laboratorio, tal como se hace con los medicamentos, pero las empresas aseguran que los OGM no son rentables así.
“Hay un gran combate político y económico sobre este tema, y hay que decírselo a la gente: no nos permiten ver esos análisis de sangre ni conseguimos hacer el test más allá de tres meses. Esto es un escándalo escondido por las grandes compañías”, opinó el doctor.
Aunque los científicos han tratado de combatir este desafío comercial, no han podido detenerlo, pues hay cuatro plantas que alimentan al mundo a nivel intensivo: soja, maíz, arroz y trigo. Las compañías registran patentes sobre las plantas de estos alimentos gracias a los OGM. Quien tenga las patentes y cobre royaltis cada vez que alguien las coma o cultive en el planeta será el rey del mundo; por eso las grandes empresas farmacéuticas han empezado a hacer OGM.
Las ocho mayores compañías farmacéuticas del mundo son las fabricantes de pesticidas y de OGM. Monsanto tiene el 80 por ciento de la biotecnología del mundo.
Según Séralini esta situación no disminuye pues hace quince años, todos los gobiernos de los países industrializados apostaron en el desarrollo de la industria de la biotecnología, donde se ha invertido mucho dinero público. Los gobiernos saben que hay problemas con los OGM, pero si consiguen y publican los resultados de los análisis, resultará que todo lo autorizado hasta el momento ha sido un error de graves consecuencias.
Sin embargo, los científicos no pueden presionar a los gobiernos porque ni siquiera uno de cada 10, 000 investigadores tiene acceso a los datos.
“Yo hace nueve años que leo todos los informes europeos y americanos de controles sanitarios de OGM, y los únicos que hacen test son las propias compañías”, comentó el catedrático.
Aunque Séralini ha realizado algunas pruebas, éste aseguró que son carísimas y expresó que se debería exigir a las compañías que los análisis los realizaran universidades públicas en lugar de las empresas privadas a sueldo de las compañías.
En la actualidad, hay varios tipos de transgénicos como soja, maíz, algodón y colza. Las semillas llevan incorporado el veneno para los insectos. Las de maíz y soja contienen Roundup, el mayor herbicida del mundo. Otros alimentos que se incluyen en esta lista son las sodas, bebidas de cola, pastelería, salsas, bombones, caramelos, chocolate, entre otros. Además, también entran en esta categoría los animales que han sido alimentados con maíz transgénico (pollo, vaca, conejo, cerdo, leche, huevos).
Estos alimentos afectan el cuerpo humano a largo plazo e impiden que los órganos y las células funcionen bien.
Ahora mismo en España, hay 100,000 hectáreas dedicadas al cultivo de maíz transgénico (casi todo en Catalunya), es la puerta de entrada de los OGM a Europa.
"No es posible alimentar al mundo con un producto que sólo se ha probado tres meses en ratas y cuyos análisis de sangre son secretos", comentó Séralini. catedrático en biología molecular.d.digital
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